miércoles, 31 de diciembre de 2014

Breve cuento de Año Nuevo


Nos encontramos en el pasillo que lleva al dormitorio y algo sucedió. No sé si en él fue la abertura de mi pijama entre los pechos, o que a mí me atravesó su mirada sugerente de «¿por qué no?». De repente estaba adherido a mi espalda y sentí su aliento cálido en la nuca, la humedad de su boca en el cuello, en los hombros, la irreverente presión entre las nalgas y esa forma única de volar que aprendimos a la vez. Sí, nos encontramos en el pasillo de un modo inhumano, lo sé, indigno en dos personas que están a punto de divorciarse.

Después de esto volver al salón fue volver a la realidad fría y meditada, una realidad de la que era imposible escapar y aun así, durante unos segundos, arrullados por el sonido de un televisor que nadie atendía, nos sostuvimos la mirada. Él me sonrió y dijo:

─ Marta, feliz año nuevo.

Le devolví la sonrisa y, sin más, continuamos nuestra tarea individual de repartirnos los recuerdos.

Autora: Lydia Cotallo
Blog: Frida

martes, 30 de diciembre de 2014

Escribo para que el tiempo no me mate


Hoy he vuelto a escribir
Porque necesitaba un refugio
Tan alto y tan lejano
Que ninguna realidad podía construirlo.

Así he pasado la noche en blanco
Y negro
Borrando los puntos
Que le sobraban a mis síes
Y creando estrofas
En las que comerte a versos
Dejara de ser un error.

También he estado pintando de rojo
El hilo, aún verde, que nos separa
Y ha quedado tan prohibido
Que probé a teñirte a ti también
Y a mí,
Y al folio…
Y cuando no tuve más sangre
Volví a coger el lápiz
Y  poder hacerte el amor
Se volvió entonces inmediato
¿Y poder deshacértelo? Posible
Y la palabra “siempre”
Se hizo real entre mis dedos
Y no hubo “nunca”
Que sobreviviera a la página siguiente.

Hoy he vuelto a escribir
Porque aún voy detrás del cuento
Que resucite a las perdices
¡Porque necesito volver a inventarte!
Porque si no los escribo
Todos los papeles en blanco

lunes, 29 de diciembre de 2014

La Fuente

Dicen que hay una fuente de inigualable belleza…
Dicen que existe desde tiempo inmemorial…
Dicen que sus aguas son puras y cristalinas…
Dicen que su mera contemplación sobrecoge el alma…

Dicen que jamás se seca…
Dicen que cuanto más se utiliza, más pródigo es su manar…
Dicen que la fuente cambia su aspecto para reconfortar a quien de ella bebe…
Dicen que en el reflejo de sus aguas se muestra nuestro verdadero ser…

Dicen que el rumor de su brotar es una armonía que estremece el ánimo…
Dicen que el primer sorbo nos transforma para siempre…
Dicen que sana el cuerpo, la mente y el espíritu…
Dicen que su disfrute llena de fuerza y entusiasmo…

Dicen que quien acude solo, vuelve acompañado…
Dicen que así se aprecian aún mejor sus fabulosas cualidades…
Dicen que cuando se encuentran aquellos que bebieron de sus aguas, se reconocen…
Dicen que entonces, sus ojos se llenan de brillo…

Dicen que se desea volver…
Dicen que siempre se vuelve…
Dicen que cada vez que se bebe, se aprecian nuevos e inspiradores matices…
Dicen que dicha inspiración aparece con la simple evocación del manantial…

Dicen que esa fuente no se busca, se encuentra…
Dicen que todos, sin excepción, podemos encontrarla…
Dicen que esa fuente está mucho más cerca de lo que podemos imaginar…
Dicen que esa fuente, está en cada corazón…


Fuente Amor Oratorux

Autor: @oratorux
Blog: Oratorux

jueves, 25 de diciembre de 2014

La muerte en Navidad


Esa tarde Alfonso se preparó de manera especial. Se bañó y se puso sus mejores galas. 
Ya en la noche, sentado a la mesa, comió el pavo relleno que había cocinado su esposa, acompañado por las deliciosas guarniciones y una cervecita bien fría. Luego, tal cual la tradición, bebió la sidra, con pan dulce y frutas secas. 
Comenzó a sentirse extraño; el habla del resto de los comensales le llegaba como un murmullo. Entonces, se desplomó. 
El resto es muy raro: un gordo barbudo de Laponia, ataviado con ropas de abrigo rojas, lo llevaba en un trineo hacia las estrellas.

Autor: Luciano Doti
@Luciano_Doti
Blog personal: Letras de Luciano 

lunes, 22 de diciembre de 2014

Amén





Abrazaré tu alma con fuerza y la llevaré conmigo. Me serviste bien en vida y serás correspondido. ¿No gritabas arrepentido que merecías castigo? Cada golpe, cada insulto, cada lágrima, cada grito. El miedo que inspiraste en los ojos de tus hijos. La nausea cuando la violabas escudado tras tu anillo. Tu vida repetida, eternamente, en mi abismo.


Gema Bocardo ©
Blog Puentes y muros


De acuerdo al Centro de Ginebra para el Control Democrático de las Fuerzas Armadas (DCAF) entre 113 y 200 millones de mujeres desaparecen demográficamente por motivos diversos: aborto selectivo infanticidio femenino, falta de comida y atención médica, que se desvía hacia los miembros masculinos de la familia; los «asesinatos de honor» y las muertes de dote; tráfico de mujeres para su explotación sexual; violencia doméstica o de género, mediante la incineración del cuerpo o condena en vida de los viudas en la India.
Esto implica que cada año entre 1,5 y 3 millones de mujeres de toda edad son víctimas de la violencia de género. La falta de cuidados médicos implica el fallecimiento de 600 000 mujeres al año durante el parto. NO a la Violencia




jueves, 18 de diciembre de 2014

Una esposa honrada


¿Acaso no abro siempre las piernas?. Las abro para que, algunos días, seamos una familia normal. Las abro para que dejes en la mesilla algunas perras extra además del sueldo mísero. Las abro para que se atoren en tu garganta los insultos envalentonado por el vino. Las abro para que no mires con ojos de rabia a Pascualillo. Las abro para que mientras te bajas los pantalones no levantes la mano. Y cuando paso por el barrio bajo y veo el burdel, imagino a esas mujeres como honradas jornaleras del amor, vendedoras de compasión, mitigadoras de soledades. Yo, la puta.



Foto de Pilar Mariscal

Autora: Mar Horno (@HornoMar)
Blog: Maremotos
Este y otros microrrelatos en su libro "Precipicios habitados"

martes, 16 de diciembre de 2014

Amor a primer tacto



"No puedo dormir sin peso", le dije.

Y él me dio 59 kilos y medio de razones para soñar.

También un puñado de balas perdidas

que había ido encontrando en sábanas abandonadas

Y con las que aseguraba podría matar

a todos mis "no-puedo"


Dormir con él, era resucitar al tiempo

y sentir su piel con la mía

mucho mejor que recordarla contra la de cualquiera,

cada despertar, una corona de espinas

con la que reinaba en nuestro castillo de arena

y todas mis cartas de despedida,

trocitos rotos de un futuro epitafio.


“No tuve tiempo a leerlo” siempre decía.

Y yo me culpaba

como se culpa una madre

que ha comprado con sus últimos dos euros

un cromo repetido.


Después, cogía sus baquetas

y yo perdía mis razones

entre los ritmos con los que me marcaba el corazón

o la cabeza, no lo tengo claro

porque siempre me hacía confundirlos.


Hoy hace exactamente 1 año y 138 poemas

que ambos se pararon y no nos vemos

y a pesar de que me siga escribiendo a diario

como si yo fuera el suyo

sigo teniendo esa sensación absurda de creer que funcionaría.


Pese a que no lo quise, ni lo quiero

y sé que tampoco lo querré

pero estoy lejos, muy lejos de soportar que él sienta lo mismo.



Autora: Isa Rguez (@Dias_Impares)




lunes, 15 de diciembre de 2014

Volver a Empezar

A lo largo de nuestra vida, comenzamos una ingente cantidad de pequeños y grandes proyectos, con distinta ilusión y entusiasmo. También, como no podría ser de otra manera, una gran parte de dichos proyectos, por diferentes razones, tocan a su fin.

Algunos puntos y finales los ponemos nosotros y el resto, nos los pone la vida... ¿Hablamos de ellos?...

Cuando las cosas no salen como esperábamos, el desasosiego suele salir a nuestro encuentro, tratando de convencernos vilmente de nuestro fracaso, de nuestra pérdida de tiempo sin obtener rédito alguno.

Si levantamos la cabeza en nuestro aturdimiento, tratando de mirar hacia nuestro provenir, es habitual percibir que estamos otra vez en el punto de partida, sentir que tenemos que volver a empezar.

Volvemos a empezar, pero en distinto lugar… La experiencia, tiene la culpa. A cada paso que damos, tenemos más información (otra cosa es que seamos conscientes de ello) que en el paso anterior. Siempre es así, sin excepciones, por ese terquedad del tiempo en moverse, al menos en nuestra dimensión, en un único sentido.

Somos distintos a cuando comenzamos la andadura. Pero lejos de gestionar los hechos con el adecuado distanciamiento, hemos de bregar contra la feroz inercia de nuestras creencias y contra las emociones que estas desencadenan.

Volver a empezar es imprescindible para enterrar la amenaza del fracaso y afrontar con dignidad y entusiasmo el trecho que nos queda por recorrer. Debemos mirar obstinadamente hacia delante, evitando el victimismo, la culpa, el rencor...

Recuerdo haber leído en algún lugar: "No es el tiempo el que cura las heridas... Eres tú quien se cura a si mismo, a través del tiempo".

Quizá ninguna otra cosa nos acerque tanto a la plena realización como la liberación de nuestra colosal fuerza creadora y empezar de nuevo, expresando nuestra verdad, es la oportunidad perfecta para ello.

Crear es empezar; volver a empezar. Como la misma vida.

Empezar Camino Oratorux

Autor: @oratorux
Blog: Oratorux

jueves, 11 de diciembre de 2014

Julien Sorel y Ligeia



Julien Sorel había podido por fin alejarse de la casa paterna. Ese lugar no era el más adecuado para desarrollar su vida, junto a un padre autoritario y unos hermanos que lo maltrataban constántemente. Por otra parte, él era una persona de letras, no un carpintero como el resto de los hombres de su familia.
En el pueblo, había experimentado la pasión desbordante del amor con una mujer casada; mal casada con el hombre más rico de ese pueblo. Tal relación le había dejado una huella indeleble, y le condicionaba su vida sexo-afectiva; de allí en adelante se enamoraría de mujeres refinadas y más grandes.
Ya en París, esa relación, como así también un paso por el seminario, eran vagos recuerdos. Sin embargo, no pudo evitar sentirse atraído por una sofisticada dama que cierta tarde caminaba cerca de él dando un paseo. El misterio de su mirada lo cautivó. Utilizó las influencias de la familia para la cual trabajaba y se hizo invitar a una tertulia frecuentada por ella. Aunque tímido, fue decidido a seducirla.
Tras la presentación, supo que su nombre era Ligeia. La dama sonrió gustosa; como buena dominatriz, siempre había sentido predilección por los tímidos.

Autor: Luciano Doti - @Luciano_Doti
Blog personal: Letras de horror  

lunes, 8 de diciembre de 2014

Vuelo

                       
   Me resulta indiferente
   que me traten de loca
   los que jamás intentaron
   aprender a volar.

   Que me tachen de furcia
   aquellos a los que el deseo
   jamás tentó.

   Que contabilice mis amantes
   una vieja amargada
   que jamás amó a su esposo.

   Que menosprecien mis lágrimas
   esos que jamás se conmovieron.

















   Y me produce aún más indiferencia
   y tal vez una arcada de Desprecio
   aquellos que critican
   mis alas de murciélago
   mientras, ocultos en la penumbra,
   desgastaron milenios
   diseñando sus propias alas
   sin el valor suficiente
   para alzar el vuelo.


   Gema Bocardo  ©
   Blog personal Puentes y Muros



jueves, 4 de diciembre de 2014

Bestias


Cuando uno duerme en una cama de un lujoso piso en Manhattan, nunca se le pasará por la cabeza que pueda atacarle un león. Cuando uno duerme en el duro suelo de Tanzania protegiendo su cultivo para que le roben los monos, tampoco se le pasará por la cabeza que una arriesgada operación bursátil lo pueda dejar en la ruina. El de Manhattan, jamás se encontrará a su mujer devorada por leones cuando vuelva a su cabaña y en venganza, consiga matarratas, la impregne con él y espere a que las fieras vuelvan a por los restos. El de Tanzania, tampoco encenderá un ordenador, verá que lo ha perdido todo en una intrincada red especulativa y se tire por la ventana de un séptimo piso. La brutalidad de la vida es la misma. Las bestias, no.


Pilar Mariscal

Autora: Mar Horno  (@HornoMar)
Blog Maremotos
En su libro "Precipicios habitados"


martes, 2 de diciembre de 2014

Historias para no despertar


El pitido de la fotocopiadora se asemejó al lamento de un animal herido. Apenas me alarmaron los nueve alaridos siguientes, pero algo hizo que llegado el décimo me decidiese levantar. 
Salí del despacho con la cautela que me producían las noches y me dirigí a la sala de impresoras.

-¿Hola?- dije lo suficientemente alto como para que cualquiera en la planta hubiese podido oírme.

-Creo que una impresora se ha quedado atascada- añadí.

No obtuve por respuesta mas que el estridente ruido de cada copia, acompasadas y sumisas escribían sin firmar cientos de hojas. Luego volví uno de aquellos papeles, luego otro y otro hasta que no me quedó bandeja por mirar. 

Todos ellos escondían lo mismo, era mi cara; estaba muerta.

Autora: Isa Rguez (@Dias_Impares)

Blog: http://dias-impares.blogspot.com.es/

Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCVT3EmGonpfijLyV9jbTx4Q

lunes, 1 de diciembre de 2014

¿Vender o Ser Comprado?

Hay ideas, que sin querer tener claro su origen, deciden pasar una temporada en nuestra atribulada cabeza. Dichas ideas suelen ser presa del olvido, pero en contadas ocasiones, ciertas ocurrencias con ínfulas aspiran a convertirse en aforismos y cuando su ego es desmedido, incluso pretenden alcanzar la categoría de axiomas.

Antes de exponer esa intrigante ocurrencia a la consideración del prójimo, es sometida a un riguroso examen de calidad para determinar dos cuestiones: Si es merecedora de tal privilegio y la manera en que, de serlo, debe ponerse de largo.

Negaría la evidencia que el título de esta publicación da suficientes pistas al sofisticado preámbulo que acabamos de superar, por lo que sin más demora, presentemos a nuestra protagónica idea:

"No es lo mismo vender que te compren."

Quizá con el tiempo, esta pretenciosa afirmación, merezca un “best-seller” de marketing y ventas, pero de momento, reformulemos la misma con verbos reflexivos para centrar el ámbito de esta reflexión, valga la redundancia.

"No es lo mismo venderse que ser comprado."

"Vendernos" para lograr un fin o lograr dicho fin siendo "comprados" por lo que somos. Una misma finalidad aparente con diferentes trayectorias.

Quien escribe, considera que esta disyuntiva, aparentemente inocua, determina nuestra vida. Así pues, una vez certificada con rigurosidad la calidad del producto, démosle la oportunidad de abrirse camino...

¿Somos conscientes de que nos estamos "vendiendo"?, ¿Somos conscientes de las implicaciones?, ¿De todos los principios, de todos los valores a los que podríamos estar renunciando?...

Más preguntas, prescindiendo de las comillas... ¿Por qué nos vendemos?, ¿Por qué queremos vendernos?, ¿Por qué anteponemos vendernos?... Necesidad de aceptación, de reconocimiento, ambición materialista, ambición de estatus, de poder… Insisto, cada persona conocerá o intuirá sus motivos.

Antes decíamos, “un mismo fin, diferentes trayectorias”… Personalmente, creo que podemos llegar a ser comprados, sin perseguirlo explícitamente, sin necesidad de vendernos, como una recompensa sobrevenida por nuestra conducta ejemplar…

Volviendo a los lugares comunes para establecer referencias más nítidas, se trataría de anteponer la esencia a la apariencia, la siembra a la cosecha. la entrega a la especulación... Darlo todo, sin esperar nada de nadie. Casi nada…

Contados son los elegidos que alcanzan prestigio, contados aquellos que gozan de “auctoritas”, contados quienes se convierten en un referente moral…

Y aquí, podemos tener la tentación de comparar las trayectorias…

Es indudable que sembrar, siendo honestos y consecuentes con nuestra esencia, no garantiza en absoluto la aceptación, el reconocimiento, el “ser comprados”. Por el contrario, es probable que el “venderse” nos obligue a renunciar, a veces de forma dramática, a nuestra verdad, convirtiendo nuestra existencia en una mascarada, con la que no tenemos la certeza de que podamos llegar a convivir.

Sin embargo, la comparación es ficticia… Queda claro que los caminos son distintos, pero si tuviésemos la oportunidad de recorrer ambos, acabaríamos descubriendo que el destino, también es distinto…

Solo podemos recorrer un camino, al menos de forma simultánea, y eso implica una elección, ojalá una elección consciente.

El “Camino de la Verdad” no es fácil, mucho menos en estos días. Se precisa de fortaleza de carácter amén de numerosas virtudes, aunque uno está absolutamente convencido que cuando alguien alcanza dicho camino, trasciende la necesidad de aceptación, reconocimiento o poder, al alcanzar la cota más preciada, la conquista de uno mismo.

Camino Vida Oratorux

Autor: @oratorux
Blog: Oratorux

jueves, 27 de noviembre de 2014

Los autos quemados



Nuestras visitas a Villa Udaondo eran frecuentes allá por la década del 80. Mi familia y yo recorríamos sus calles de tierra aun en pleno verano, con el sol pegando sin piedad, a la hora de la siesta. El río de la Reconquista era una presencia próxima que se adivinaba al otro lado del cinturón ecológico; pocas veces nos acercábamos a él. La mayoría de los paseos que realizábamos consistían en caminar por el área conocida como “El Jagüel”. Mientras, las chicharras proveían un fondo musical que subjetivamente nos hacía sentir más calor. “Hay pan”, anunciaba categórica la pizarra de la única despensa. Lo mejor era cuando encontrábamos algún automóvil quemado, abandonado a la vera de cualquiera de esas calles; los chicos nos metíamos en él y simulábamos conducir, en el caso de que le hubiera quedado el volante. También existía la opción de darlo vuelta y usarlo como subibaja, una vez que nos aburríamos de jugar dentro.

Por aquel entonces, esa zona de Udaondo, cercana al puente Márquez, poseía grandes extensiones de campo en estado virgen. Los yuyales, donde los perros de raza indefinida se lucían como diestros cazadores de lauchas, cubrían la mayor parte del paraje. Uno podía andar varias cuadras sin cruzarse con ninguna persona. Incluso resultaba más fácil ver gente a caballo que a pie. Y ahora que hablo de “a caballo”, la recuerdo a ella, cabalgando.

Era la pareja del hombre más rico del lugar. Notablemente más joven que él, tanto como para que hubiera comentarios al respecto. Los chicos la veíamos pasar al galope, montando como una amazona, y nos quedábamos en silencio; apenas compartíamos una mirada cómplice, inmersos en la estela de polvo que dejaba detrás. Era muy atractiva, y nosotros, hombres en potencia, lo percibíamos. Su edad debería rondar los veinticinco años. Dueña de una belleza agreste, de piel blanca y cabellos castaños, vestía jeans muy ajustados. La enorme quinta en la que pasaba los fines de semana junto a su concubino tenía piscina, y pese a que el cerco verde de ligustrina sólo permitía ver minúsculos fragmentos de su interior, cierta vez oí a unas mujeres envidiosas decir que la habían visto en tanga, con un tono de desaprobación en su voz. Creo que, secretamente, estábamos todos enamorados de ella.

Una de esas siestas de verano, salimos a dar nuestro habitual paseo. Desde lejos, al costado de una calle que atravesaba un sector en que los retoños de álamos superaban la altura de un hombre, divisamos un auto quemado. El vehículo tenía un diseño moderno para la época; un Ford Sierra que no olvidaré mientras viva. Intentamos una carrera hasta él. Corrimos entre risas, felices. Faltando poco para llegar, el que llevaba la delantera se frenó e hizo un gesto con su mano derecha pidiendo que lo imitáramos.

—Hay alguien —dijo.

Seguimos caminando todos en racimo. Pasamos por al lado del auto procurando guardar una distancia prudencial, dando una suerte de  pequeño rodeo. Miramos por la ventanilla y lo que vimos nos erizó la piel. Conmocionados, regresamos con los adultos que habían quedado rezagados. Les contamos exaltados lo que acabábamos de ver. Describimos escuetamente el horror, con un lenguaje elemental, de niños. Entonces, nos acompañaron a realizar una segunda inspección, la cual confirmó lo que habíamos visto en la primera: se trataba de un cuerpo carbonizado, sin vida. Al observarlo con detenimiento, nos percatamos de que era una mujer. Su ropa estaba chamuscada. No obstante eso, pudimos reconocer el jean ajustado, como así también unos jirones de cabello castaño.

El concubino fue preso. Dijeron las malas lenguas que lo habían perdido los celos, y con razón.


Autor: Luciano Doti
@Luciano_Doti
http://letrasdehorror.blogspot.com

lunes, 24 de noviembre de 2014

Todo




Dicen que el tiempo lo borra todo – le susurra al fiambre  Mi desfalco como contable. El despido. Tu cadáver. El tiempo y la lejía – asiente riendo mientras limpia la sangre.


Gema Bocardo ©  


jueves, 20 de noviembre de 2014

Perder la cabeza


Esa mañana llevé las mochilas al colegio dejando a los niños colgados en la percha. Expuse en la reunión de inversores una detallada lista de la compra olvidando mi informe en el imán del frigorífico. Paseé el paraguas mientras el perro dormía en casa. Y cuando me encontré haciendo el amor con el vecino del quinto mientras mi marido había ido a bajar la basura, supe, sin lugar a dudas, que había perdido la cabeza. La encontré después de unas semanas y aunque el médico logró cosérmela a pequeñas puntadas, nunca he vuelto a ser la misma. Ahora, para evitar cualquier olvido, la llevo siempre conmigo en una caja de sombreros junto a un papel bien doblado donde dice: nunca te casaste, no tienes hijos, llevas dos años en el paro y no vive nadie en el quinto.


Piluka Mariscal

Autora: Mar Horno @HornoMar
Blog Maremotos 

martes, 18 de noviembre de 2014

Si dices hasta nunca, que sea para siempre


No construyó su casa para vivir, sino para volver.Y mientras lo hacía, me encargué yo de regar cada uno de sus álbumes de fotos.

Cuando regresó, había pasado demasiado tiempo, y ninguna de aquellas instantáneas lo reconoció.

Muchas lloraron al verse manoseadas por un extraño que las miraba como pidiendo explicaciones, como si ellas fueran las responsables de su pasado.

No llegué a tiempo para impedirlo...

"Me salvaron las lágrimas, había llorado tanto que estaba empapada, por eso, cuando me tiró al fuego no ardí como las demás" me explicó una de mis fotografías favoritas, en la que yo salía con los ojos cerrados y él me mordía el cuello.

Nos vimos una sola vez más, él clavaba el cartel de "se vende".

lunes, 17 de noviembre de 2014

Los Lugares Comunes

Siempre he sentido fascinación por los “lugares comunes”, esos “lugares” que evitan nombrarse, pero que al parecer, tod@s los que formamos parte de una determinada conversación, conocemos.

Quizá esta expresión sea una manera rápida de contextualizar un determinado asunto, evitando así un preámbulo de antecedentes y consideraciones.

No pretendo debatir sobre la idoneidad de esta expresión, pero si me permitís, quisiera reflexionar brevemente sobre los “lugares comunes” de la convivencia humana.

Hay una serie de valores universales que desde tiempos inmemoriales, proporcionan a la humanidad un rumbo y un estímulo en su devenir.

Aún a riesgo de equivocarme e incluso demostrando cierta presunción, creo que si preguntásemos a la mayoría de las personas sobre los valores individuales y colectivos que debe tener una sociedad madura y próspera, encontraríamos una abrumadora mayoría de valores, aceptados como universales: Amor, amistad, bondad, confianza, honestidad, humildad, respeto, solidaridad, responsabilidad, verdad…

Lugares conocidos, pero… ¿lugares visitados?...

Oratorux

Uno se formula esa pregunta con frecuencia, y no se siente satisfecho con la respuesta. Y esa insatisfacción le lleva a pensar que quizá conocemos los conceptos, pero no su significado, ni su implicación en nuestra propia vida y en nuestra relación el prójimo. También piensa quien escribe, que tendemos a soslayar los valores capitales que deberían vertebrar nuestra convivencia, adoptando con celeridad la fórmula de los “lugares comunes” e implícitamente, un talante superficial al respecto.

¿Miedo, pudor, prejuicios...? Es complicado concretar el porqué y en último extremo, de nada valdría encontrar un porqué agregado, un porqué promedio, si cada persona no es consciente de cuál es su porqué.

Os animo a desentrañar estos “lugares comunes”, a profundizar en ellos sin complejos, a aceptar lo que representan, a asumir su fuerza y a anteponerlos en nuestro discurso...

Os animo a incorporar dichos lugares a nuestra vida con la naturalidad que esta merece.

Autor: @oratorux
Blog: Oratorux

martes, 11 de noviembre de 2014

ESPEJISMO INFALIBLE





Era domingo. Salí de mi casa sola como siempre y tomé la ruta en la espesa noche. Tenía mi cabeza llena de pensamientos. Mi vida estaba perdida en el peralte de la vía. Abstraída en la oscuridad, sin tener motivo alguno de volver a mi realidad, mis movimientos eran inertes, estaba desconectada del mundo físico existente.

El silencio de la noche estaba latente, sólo se podía escuchar la sórdida soledad. ¿Había alguien? Nadie. Todos estaban en sus casas perdidos en sus mundos, en sus dilemas y todo lo demás, sus voces calladas se podían escuchar a lo lejos sin avisar.

Comencé a descender por una avenida. Los párpados de mis ojos caían pesadamente, quizás por el insomnio de tantas noches en blanco. Las luces que iluminaban el camino comenzaron a cansarme. No tenía buena visibilidad, pero no podía detenerme. Debía continuar conduciendo. Estaba segura que no había nadie y es que a esas horas de la noche nadie sale a entregarse a los abismos del silencio y de la oscuridad.

De repente, una silueta etérea se atracó delante de mí carro, confundiéndose con el recuerdo tórrido tantas veces evocado en mí. Intenté terminar con mi pretérito de una vez por todas. Aceleré locamente, ahogada en la esperanza. La velocidad era mi demiurgo. Dejé de pensar y sólo sentía cómo mi sangre calentaba mis extremidades y recorría cada átomo de mi cuerpo sin vacilar.

La relatividad del tiempo consumía la realidad jugando con mi lucidez. Recuerdos de hace horas, días, meses, años. ¡Eso ya no importaba! Era otra artimaña del titiritero que manipula mi vida a su antojo. Pero ésta vez no. ¡No, no, no! No va a volver a burlarse de mí con sus espejismos. Todo deberá terminar esta noche, aquí, así mi existencia se extinga hoy.

Fútil realidad que se dispersa vivazmente al azuzar mi ímpetu. ¡Adiós claridad! ¡Adiós lobreguez! Fueron mis últimas palabras, mientras mi carro giraba fuera de la vía al intentar seguir la sombra de tu ausencia, perdí el control del tiempo, perdí el control del espacio, me sumergí en el vacío de otro plano, ya no sabia quien conducía aquel aparato.

En la penumbra de la noche oscura sentí como mi cuerpo dejó de sentir y mi corazón dejó de latir, escuché su latido hasta que espiré por última vez. Noté que mi alma yacía fuera de ese cúmulo de huesos y carne, desechos  destrozados esparcidos por la pendiente de aquella autopista solitaria.

Recordé la silueta maligna que minutos antes había cruzado mi camino, en seguida quise arrastrarme y buscarle, llena de ira y melancolía pero había perdido mi vida. No podía quedarme así… mi alma y mi espíritu estaban desorientados, todo era tan diferente, todo era diferente

Así que intenté disuadir a las hermanas del destino, exponiéndoles mis ansías terrenales de volver por unos instantes siquiera, porque la esencia de aquel amorfo espectro no permitiría cumplir efectivamente mi reencarnación. Sin embargo, el auxilio no provino de ellas. Mi respiración volvió a mi cuerpo y pude abrir los ojos aturdida. ¿Quién habría sido? Un espasmo sacudió mi cuerpo, luego otro.

Una voz me imploraba palabras sin sentido, allí frente a mi cuerpo, aquella silueta, aquel espectro, comenzó a tomar forma justo delante de mí, sus manos cubrían mi rostro, sus lagrimas mojaban mi tes, su cabello limpiaba mi sangre...

¡No pude haber imaginado tal escena! Me sentí traicionada nuevamente por mi mente falaz, la oscuridad cegó mis sentidos y a gritos imploré:

 ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Eras tú! El ángel de la guarda que siempre respeté, la silueta que siempre admiré, la voz que siempre calmó las jugarretas del destino.

Por poco tú serías yo. ¡Oh Fausto! ¡Oh Hades! ¡Diabólico y maligno! ¿Cómo osaste engañarme? ¡Maldito olvido, maldita tu presencia! Por un instante mis manos mancharían la vida del ángel que salvó mi vida.

 ¡Ven muerte querida, llevadme ya! No soporto el dolor que oprime mi corazón, y deja vivir a mi ángel un tiempo mas. Retoma mi vida en tus manos y a cambio dale la vida a quien en vida me dio un poco de felicidad, prefiero descender a los infiernos antes de vivir con la culpa de cegar la vida de aquel ser tan hermoso e inalcanzable..

Y poco a poco mi sangre se heló colmada al fin de aquella paz inexistente en vida y con la que siempre soñé hasta el último momento de mi existencia divina. ¡Gracias osada providencia! ¡Gracias por girar la voluntad del tiempo! ¡Llevadme Hades en tus brazos! Ya quiero descansar de tanto tormento…

Así el cambio se dio, mi hija viviría por mi, y yo moriría por ella hasta el fin...

Autor/a: Eleorana - 2014
http://glosmaryseleoranacamachoalbarran.blogspot.com/
@eleorana80

lunes, 10 de noviembre de 2014

El infierno de las bestias



 Se escuchaban los aullidos desde lejos. Corrí pero, cuando llegué, el galgo ya había muerto y su cuerpo se balanceaba colgado de un árbol. Al cazador no le había parecido suficiente hacerle tocar el piano: ahorcarlo de manera que se mantuviera en precario equilibrio sobre las puntas de sus patas hasta rendirse, agotado, a la muerte inevitable. No. Probablemente el animal había resistido demasiado tiempo y lo había rociado con gasolina. Supongo que tenía prisa; aunque trajo el bidón antes de saberlo, ¿no es cierto?
   Observaba el cadáver fijamente y no me vio venir. Los machotes no son tan duros cuando les golpeas con ganas. Se retorcía en el suelo, gimoteando mientras intentaba parar los golpes. Cuando le quebré el brazo con el tacón de la bota se quedó sin aliento y vomitó. Luego, sólo sollozos y el olor a la carne chamuscada del perro. Farfullaba que tenía dos años; que no había cazado suficientes piezas; que alimentarle hasta la siguiente temporada era caro; que todos los cazadores lo hacían; que él por lo menos no le había inyectado lejía ni arrojado a un pozo; que a las bestias que no sirven para nada se les da boleto.
   No estaba de acuerdo, pero le di la razón y le prendí fuego.

                                                                                               Gema Bocardo © 



Cada año más de 50.000 galgos son asesinados en España.

domingo, 29 de junio de 2014

Concursante #N6

LA CITA

Sábado. Hoy me he levantado muy temprano. Ese característico hormigueo en el estómago no me ha dejado dormir mucho, como cada semana. Ayer pedí hora en la peluquería de mi amiga Pepita. ¡ Qué sorpresa se llevó la pobre no se lo podía creer!. "Hacía mucho tiempo que no te veía tan radiante", me ha dicho después de peinarme enchida de satisfacción. He llegado a casa, me he duchado y ahora estoy sentada en el borde de la cama, mirando el armario que tengo frente a mí con las puertas abiertas, con la mayor de las indecisiones. ¡No sé que ponerme!

Estoy nerviosa como una muchachita adolescente. Creo que desde el día en que conocí a Ramón, hace ya 45 largos años, no había vuelto a sentir esta sensación. Desde que murió, la cita de los sábados es lo único que me hace tirar hacia adelante. "¿Debería maquillarme? Ummm un poquito de color en las mejillas no creo que le haga mal a nadie."

He decidido ponerme un vestido azul, que como diría mi Ramón, hace resplandecer mis ojos. "¡Ya casi es la hora!, ¿me verá guapa hoy?"

Me siento pletórica, como una diosa. Hasta Paco el frutero, me ha regalado un piropo cuando volvía a casa de la peluquería: "¡Ya quisieran muchas de 30, doña Adela!

"Llevo el bolso, las llaves de casa, el monedero, el pañuelo..." ¡¡¡Ring, ring!!!

Por un momento mi corazón se ha detenido, para luego latir tan rápido que he temido que se me saliese del pecho. Ahora sí, llegó el momento. Le robo al aire una gran bocanada y me dirijo a abrir la puerta nerviosa pero con decisión. Allí está él, que me mira con esos ojos sinceros, como si acabara de ver a una estrella de cine, llenos de admiración.

"Hola abuela, hoy estás guapísima. ¿Me llevas al parque?"

Una sonrisa inunda mi cara y mi corazón, y sin poder evitarlo, nos fundimos en un abrazo.

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#1405220905446

AUTOR: @mariposalectora

Concursante #N5

Estelar

He visto mil olas romper contra la arena
Mil atardeceres, millones de estrellas
Pero ahora, a tu lado, el brillo es diferente
Un mundo nuevo, donde solo puedo verte
Las estrellas me preguntan si estoy enamorado
Un cometa respondió "si lo está, la cosa es cuánto".
Pues hasta las olas notan el modo en que te veo
Cada mirada mía, se traduce en "te quiero"
Cada mirada tuya, inspira mil historias
Mil poemas, mil sueños, millones de glorias
Y tus ojos... tus ojos, son fuera de la realidad
Lo que nunca antes creí que pudiera imaginar
Esmeraldas en tus ojos, oro en tu cabello suave
Un ocaso en tu rostro, en tus manos, manantiales
Tú ya sabes, lastimarte ni siquiera es una opción
Solo quiero demostrarte, un día a la vez, que yo
No puedo bajarte una estrella, pero si darte mi brillo
No puedo leer el destino, mas deseo que sea contigo
No puedo volver el tiempo, pero si construir un futuro
Si me lo permites, a tu lado, cada hora y segundo

Sin embargo, por ahora solo quiero tomarte la mano
Caminar por estas arenas, unos minutos, a tu lado
No digas nada, hablemos el lenguaje del silencio
Quiero asistir a la fiesta de tu mirada, de tu misterio


AUTOR: @AgustinBtz50

jueves, 26 de junio de 2014

Concursante #N4

El chinito Fu

Ya estabamos en la sobremesa de un asado de domingo, en la quinta de una familia amiga. El sol de octubre pegaba fuerte a esa hora de la siesta, a metros del río Matanza, pero la arboleda y la cerveza fría nos protegian y ayudaban a mitigar los efectos de la temperatura.
Junto a mí estaba sentado Orlando, quién sabedor de que a mí me gusta escribir historias, comenzó a contarme una.
-Cuando mis hijos eran chiqitos, yo tenía la costumbre de narrarles un cuento en el momento de acostarlos a dormir. Como soy de origen chaqueño, les contaba historias de los indios. Les decía que había peleado con los indios, y que había recibido algunos flechazos.
Entonces, ellos me preguntaban, “¿y vos qué hiciste?”
Y yo les decía que me había sacado las flechas, y después había seguido peleando.
Otras veces les contaba cuentos clásico como “Blancanieves”, ese tipo de cuentos.
Pero llegó un momento que se me acabaron las historias, y justo por esa época en la televisión, que todavía era en blanco y negro, apareció el dibujito de un chino. Muy simple, con el sombrero triangular, los ojos rasgados, como un vestido corto, pantalón ancho y chinelas. Entonces, empecé a inventar historias de ese chinito, que tenía que rescatar a una princesa, y demás… Otras veces, mezclaba las historias de antes con el chinito, metía al personaje del chino en las otras historias. Y un día me preguntaron, “¿cómo se llamaba el chinito?” Y yo no sabía que responder. En esa época, lo único chino que había era la serie Kung Fu. Así que, pensé, una de esas dos palabras tengo que usar, Kung o Fu. Decidí llamarlo Fu.
Tomé un trago de cerveza y me dispuse a escuchar la continuación de la historia. Orlando continuó narrando.
-Muchos años después, en mi trabajo de plomería, agarré un laburo para una empresa en la que había tres chinos: José, Alfredo y otro al que llamabamos Chinchulín.
Empezamos a hacernos amigos. Una vez pasó un tipo pidiendo, y nadie quería darle nada. Yo le di dos pesos y le hice un sánguche de pollo, que estábamos asando en la obra. Entonces el chino dijo: “Orlando tiene buen corazón”.
El chino era buen hombre, casi inocente. Los muchachos de la obra quería llevarlo con mujeres, le decían: “José, te vamos a llevar con las minas”. Y el decía: “José no puede ir, porque si José embaraza alguna, después ese chico va a crecer sin padre”.
Al tiempo le dije: “José, vos no viniste acá a la Argentina para trabajar como peón, vos seguro viniste para hacer algo más” Y su respuesta fue: “No, José no tiene plata, José es pobre, los que tienen plata son Alfredo y Chinchulín. Familia ahorró plata para que José venga acá. José tiene algo, pero tiene que fijarse bien en que invertir, para no perder plata de familia”.
Otra vez le pregunté: “Che, José. Llamarte a vos José es como llamarte numero cuatro o cinco, vos en China deberías tener otro nombre”. Y él me dijo: “Mi nombre es… -algo así como Wan So, no recuerdo que me dijo- y mi apellido es Fu”.



AUTOR: @Luciano_Doti

martes, 24 de junio de 2014

Concursante #N3


            EL CLUB DE LAS 3 VIUDAS…Y UNA MÁS



Vivir en un pueblo de la vega murciana es tener garantizada cierta tranquilidad.
Salvando las fiestas locales, procesiones y otras celebraciones particularmente ruidosas uno puede disfrutar del cantar de los pájaros.
Esto sí, si no tienes la suerte de disfrutar de una intensa vida interior…esta paz podría llamarse aburrimiento.

Por fortuna, la vida social, los chismorreos, los comentarios del partido de futbol o de la cosecha de naranjas, siempre inferior a las expectativas, son una fuente inagotable de diversión.

En este pueblo murciano, encantador por cierto, unas señoras se habían organizado de la mejor manera.
Eran tres respetables viudas, y una cuarta que tenía el descaro de, todavía, tener marido.
La figura más destacable del grupo era doña Carmen, que usaba y abusaba de la superioridad de haber sido la esposa de un alcalde. El cargo de su cónyuge, fallecido diez años antes, le daba, según ella, cierta aura de respetabilidad añadida además del derecho de hablar ex cátedra, de la política y de los problemas del pueblo: “En tiempos de mi marido, no se hubiese aceptado ver nuestra plaza, nuestro bancos, ocupados por señores de acento exótico y pinta de indios selváticos, sin hablar de estos jóvenes melenudos que no respetan a nadie ni a nada”.
Doña Concha, cuyo marido había sido el feliz propietario de tierras extensas, soportaba bastante mal los aires que se daba su amiga, y, si no fuese porque la comparación hubiese parecido algo exagerada, se sentía  cercana a la duquesa de Alba, aún si, por sus tierras, no de podía atravesar toda España..
Doña Mercedes era la pobretona del grupo pero aguantaba con mucha dignidad vivir con una pensión mísera y compensaba su pobreza con una labia distinguida.
La gran superioridad de doña Fuensanta era el tener todavía marido, dueño del mejor “super” del pueblo. Las referencias constantes a este macho superviviente, irritaban sobremanera a sus amigas que si “mi marido” por aquí, “mi marido” por allá, cómo si este buen hombre no tuviera nombre.

Las jornadas de estas damas estaban planificadas y no dejaban sitio a la improvisación.
Después de un café, un cuidadoso acicalamiento y algo de tareas domésticas, se reunían para desayunar en la cafetería del Casino, con una vista inmejorable al trajín de la plaza.
El casino, una sala municipal algo cutre la verdad, tenía este nombre pomposo, por las partidas de Bingo que organizaba el señor cura por la buena causa: el arreglo de su templo algo desmejorado.
La cafetería no era gran cosa, los bollos del panadero eran frescos, el café aceptable pero, por encima de todo, el público podía demostrar unos genes definitivamente españoles y, en su gran mayoría, felizmente murcianos.
De vez en cuando, unos turistas extraviados rompían esta harmonía, pero se les toleraba, máxime si eran de tez clara
Después de un abundante desayuno, el apetito de nuestras heroínas explicando sus redondeces, se separaban…o no…para dedicarse a sus compras, fuentes inagotables de charlas ignorantes de las largas colas impacientes.
Los días de mercado ya no eran lo que fueron con los puestos invadidos de familias de pelo azabache y cara cetrina, quienes, si hablaban español, eran más extraños y menos tolerados que los visitantes del norte.
El aperitivo las encontraba en el bar de toda la vida, en la mano un vino dulce que templaba la fuerza de la cecina y de las almendras fritas.
Después de un contundente almuerzo en sus respectivas casas,  se quedaban con la justa energía para echarse en el sofá donde se adormilaban ante las tertulias rosas, que eran la quintaescencia del chismorreo.
Al fin venía unos de los momentos álgido del día, la partida de Canasta. Pintadas, con sus joyas puestas, cada día en casa de una, se entregaban con pasión al juego, con apuestas pequeñas por respeto a doña Mercedes y a su pensión.
La anfitriona se encargaba de los pastelitos, pero en el caso de doña Mercedes, las tartas eran caseras. Para no herir la susceptibilidad de su amiga, dichas tartas eran alabadas como si de manjares divinos se tratara.

No crea que sus vidas carecían de eventos. Cada boda de un conocido, o menos conocido, las veía, fueran o no invitadas, con casi una hora de antelación, sentadas con sus mejores galas, en la primera fila, relegando a los familiares más cercanos a peores sitios.
Estos últimos, nunca se hubiesen permitido la osadía de protestar o pedirles con educación que se movieran.
Pero a las bodas, preferían los entierros que no les obligaban a gastarse su dinero en regalos y les hacía sentirse deliciosamente vivas.
“Fíjate…era mucho más joven que yo…y aquí está. Bueno, su mujer estará contando el dinero de la herencia…si es que le deja la nuera…una desalmada”

También tenían ellas algún que otro retoño, pero estos vivían lejos, en Madrid algunos…y hasta en Barcelona donde sus nietos hablaban un idioma extranjero.

De vez en cuando, en verano, venía una tropa de teatro o algún que otro conjunto musical.
Las obras de teatro les resultaban a veces incomprensibles o de moralidad más que dudosa…aunque de vez en cuando, unas comedias insulsas merecían su aprobación.
En cuanto a la música, podía ser agradable pero a los conciertos les sobraban por lo menos media hora y se perdían a menudo el final sumidas en sueños agradables.

¡Pero no crean que las señoras no viajaban! Se iban cuatro o cinco veces al año a la capital, la suya, Murcia; habían organizado una excursión a Caravaca de la Cruz de donde habían vuelto santificadas; habían ido un fin de semana a Madrid que no les había gustado para nada… un caos, y estaban planeando un viaje largo de verdad a Santander.
Estos viajes les confortaban en la idea que vivían en el mejor sitio del mundo.

Esto  podría parecer una vida casi perfecta. Aunque ya tres de ellas no tenían marido, las menos afortunadas en su matrimonio habían llegado a la conclusión que a un viejo marido se le remplazaba de forma bastante ventajosa por una bolsa de agua caliente y una buena televisión.

Sin embargo a este cielo límpido se le acercaban negros nubarrones…

Algún evento que otro podía poner patas arriba  esta vida tan organizada y, desde luego, el más excitante eran las elecciones municipales.
Entonces nuestras heroínas, portadoras de los valores que hicieron en sus días de este país un imperio, entraban en batalla.
Les encantaban los “meetings” adónde iban, vestidas con sus mejores galas y con todas las joyas puestas, tales brillantes árboles de Navidad; les encantaba ir los días de mercado, distribuyendo estos panfletos a la gloria de su  bien amado alcalde; les encantaba  comentar, con total objetividad, el sentido común y la profunda honradez del jefe de su partido en su última intervención televisiva.
Por supuesto, fuerte de su pasado de mujer de un primer edil, doña Carmen, en estas ocasiones llevaba la voz cantante y toda opinión o sugerencia tenía que contar con su aprobación. Algunas raras veces sus amigas hicieron el valiente intento de demostrar un punto de vista propio, pero doña Carmen lo interpretó como un verdadero acto de rebeldía inaceptable por parte de su tripulación quien, si no sufrió la horca, tuvo que aguantar durante varios días  malas caras y reflexiones furibundas.
¿Para qué enfrentarse a su amiga si, en el fondo, les unía la misma sensibilidad, definitivamente conservadora?
¿Por qué pedir cambios si todo resultaba casi perfecto en su estado actual?

Y llegó el gran día.

Ya se habían encargado los manjares destinados en la alcaldía a la celebración de un éxito anunciado. El alcalde, todo sonrisa y amabilidad fue uno de los primeros en dejar su papeleta; la elegancia y los buenos modales de su esposa fueron muy comentados; en cuanto a su opositor, un joven cuarentón, arrogante y más falso que una moneda de veinticuatro pesetas, en el mejor de los casos, se le miró con está conmiseración que se dedica a los perdedores.
 Fue en este ambiente de optimismo y alegría que cayeron los resultados que hicieron el efecto de una bomba. Con una diferencia de setenta míseros votos, habían ganado…¡LOS OTROS!

Cuando a la mañana siguiente se despertaron las amigas, tardaron un momento en recordar cuál fue la catástrofe que se había abatido sobre su querido pueblo. Cuando el horrible recuerdo les asaltó, como movidas por un instinto primario, casi al unísono, el humilde trió de las seguidoras llamó a la puerta de Doña Carmen.
Esta última, con la cara lavada y el pelo mal arreglado las recibió con todas las muestras del dolor compartido.
Se sentaron en silencio en esta mesa camilla que había visto tantas alegres partidas de cartas. Después de no pocos hondos suspiros, doña Carmen se decidió a hablar:
“¿Qué vamos a hacer? ¿Qué va a ser de nuestro pueblo?
-Repartirán las tierras entre los peones, esto, seguro…lo hizo Fidel Castro, dijo Doña Concha con voz de ultratumba
-No creo que nacionalicen a los súper mercados, dijo doña Fuensanta, aunque estos rojos son capaces de todo.
-Lo seguro, añadió doña Mercedes con algo de satisfacción, es que no tocarán a las pensiones ni a las rentas más bajas.”
A estas palabras, las tres miraron a su amiga, con la mirada que tuvo que tener Cesar en su agonía  hacia Brutus o Jesús mirando con tristeza a Judas. La pobre señora bajo la cabeza:
“Lo siento, de verdad que comparto vuestra preocupación ya que sois mis amigas, pero sólo intentaba encontrar algo de consuelo.
-¡Qué consuelo puedes encontrar cuando todo el pueblo está amenazado! Se exclamó doña Carmen. Podemos despedirnos de la vida que aquí se disfrutaba, ¡ya lo veréis!”

Y efectivamente, unos cambios se avecinaban…
Lo primero que hizo el nuevo alcalde fue cambiar el nombre del veterano casino.
“¡Casa del pueblo!, ¡Se lo imagina! ¡Lo único que nos falta es que a la plaza del ayuntamiento la llamen “plaza de la revolución!” Así llegó doña Carmen a la partida de cartas del lunes en casa de doña Fuensanta.
“Desde luego no pienso ya poner los pies en este antro.
-¿Pero donde celebrará el señor cura el Bingo?
-Mi pobre Mercedes… ¡Afortunado será este buen hombre si no lo queman en la hoguera. ¿Qué respeto tienen esta gentuza por la religión? Bueno, si su Dios es Allá podrán rezar tranquilamente y hasta les pondrán una mezquita.”

Pero el señor cura siguió celebrando su Bingo en la Casa del pueblo y hasta consiguió un dinerito del ayuntamiento para su campanario.
Las señoras fueron en misión de combate a ver al buen hombre que les opuso unas explicaciones que en ningún caso podían ser excusas:
“Pero Doña Carmen, la casa del pueblo es del pueblo de Dios, y a Nuestro Señor le importa muy poco la política. El nuevo alcalde se mostro muy comprensivo ya que nuestra iglesia también es la suya.
En esta se bautizó, se enterraron a sus padres e hicieron la comunión él mismo y sus hijos.”
Al salir del presbiterio Doña Carmen fulminó.
“¡Un cura rojo, lo que nos faltaba! ¡Me parece que vendió su alma al diablo por cuatro perras gordas!”
Hasta para las fiestas patronales se llamaron a cinco melenudos que, en vez de esta hermosa música de la tierra con la cual se podían bailar unos buenos pasodobles, hicieron sufrir a los oídos sensibles con unos griteríos y ruidos, por lo visto muy del gusto de los gamberros borrachos. Música para los jóvenes dijeron… ¡menuda juventud! En nuestros tiempos….

El mundo de las señoras se hundía, y ni se percataban que en realidad, poco había cambiado el pueblo. Bueno, desde luego se hizo un centro deportivo de lo más moderno, y una piscina casi lujosa. Pero lo estropearon de forma estrepitosa, cuando, con una sonrisa melosa, se les acercó la mujer del alcalde, para incitarlas a participar en las sesiones de gimnasia para la tercera edad:
“Son perfectas para guardar la forma y sobre todo recuperar la línea.”
¡Pero que se creía la buena señora, con sus modelitos de Madrid y su pelo rubio platino! ¡Seguramente mataba a su marido de hambre para estar cómo un fideo!
Desde luego, no les gustaba el nuevo alcalde, demasiadas sonrisas, demasiado amable para ser honesto, pero a su mujer sencillamente no la aguantaban.
Algunos la encontraban guapa, cuando era solamente chabacana, pintada cómo un coche, carente de estas formas generosas que eran el orgullo de las mujeres de estas tierras.
Esta mujer, porque de señora no tenía nada, se había empeñado en poner un “cineclub”, donde se echaban unas películas incomprensibles, aburridas o sencillamente escandalosas.
Se implicó en la abertura de un centro de acogida para inmigrantes, donde podían recibir clases de informática o tener información de sus derechos.
“¡Informática! ¡No te digo! Si nosotras no tenemos ni ordenador y vivimos tan a gusto, ¿A ver de qué sirve la informática para recoger naranjas? En cuanto a los derechos…ya me decía mi padre, hombre de una sabiduría y moralidad intachable, que, antes de hablar de derechos había que cumplir con sus deberes.”

Y para colmo de desgracias, Doña Mercedes fue requerida en Madrid por una de sus hijas que temía para ella una vida demasiado solitaria.
“¡Una vida solitaria! ¡Qué tontería es esta! ¡Mucho más sola va a estar en Madrid donde no conoce a nadie, y con su hija, divorciada además, trabajando todo el día! Lo que pasa es que la niña necesita una muchacha y una tata que le salga barato.”
Pero la pobre Mercedes se tuvo que ir, muy a su pesar  a decir verdad, aunque quisiera mucho a su hija y a sus nietos.

   Fue entonces cuando la señora “alcaldesa” les propuso unirse a sus partidas de canasta que se habían quedado algo cojas.
“Es que la verdad, yo soy de Madrid (¡mentira! era de Alcorcón), y los días en un pueblo tan pequeño se me hacen largos. Mi marido tiene sus responsabilidades, mi hijos ya son mayorcitos, y no me veo haciendo ganchillo delante de la tele como mi abuela.”
A Doña Concha, a quien le encantaba el ganchillo y que había llenado camas, sillones y mesas de sus obras, esta explicación le pareció absolutamente ofensiva. Pero las amigas eran educadas y, la verdad sea dicha, no encontraron ninguna excusa irrefutable.
Y esto fue cómo las partidas de canasta llegaron a ser no un placer sino una obligación.

Para la primera, la nueva integrante propuso su casa.
Antes de llegar las amigas ya se habían prometido el no perder ni un ápice de la decoración del hogar del alcalde y de no tener ninguna indulgencia hacia las virtudes domésticas de su mujer.
Por fuera la verdad la casa no eran gran cosa, una robusta casa de pueblo, de buenas y sólidas piedras, de estas casas que los extranjeros encuentran tan deliciosamente típicas.
Pero por dentro las cosas cambiaban. Parecía nada más ni menos que una sucursal de IKEA, salvando algunos muebles heredados sin duda de los padres del alcalde.
“Ya ven que a mí me gusta lo moderno y algo minimalista (¿esto qué diantre significa?). No me gusta ver estas figuritas de porcelana tan cursis o la clásica colección de abanicos de la abuela. La casa de mi madre estaba repleta de figuritas de la Virgen, tapetes de ganchillo y cojines de “petit-point”, y decenas de marcos de plata con fotos… ¡No se podía una ni mover!”
Por supuesto, Cristina (este era el nombre de la mujer), estaba describiendo más o menos las casas respectivas de las tres amigas.
Silenciosas y algo molestas, se sentaron alrededor de la “mesa de juego”, una de estas mesas cuadradas con fieltro y portavasos incorporados.
Antes, habían podido constatar que la casa parecía limpia, pero la verdad, con una casa tan vacía, la limpieza tenía que ser poca cosa.

Y resultó que la anfitriona tenía mucha suerte en las cartas y no jugaba mal, y  cómo le pareció ridículo lo poco que solían apostar, terminó ganando un buen dinerito.
Gracias a Dios  llegó la hora de la merienda y hacía falta más que un mal día en las cartas para cortar el apetito de las amigas.
En seguida se propuso Doña Carmen para echar una mano (y de paso un ojo) en la cocina, lo que aceptó la señora de la casa de buen grado.
La cocina dejó a nuestra heroína atónita. Todo acero y blanco reluciente; ¡Ni una ristra de ajos colgando!; ¡Ni un cacharro de cobre reluciendo! ¡Ni un botijo esperando al sediento! De las vigas no colgaba ningún chorizo arrugado, ningún jamón desprendiendo este olor añejo a casa de toda la vida. De hecho esta cocina no olía a nada.
De una enorme nevera (“mi marido quería una nevera americana”), la anfitriona sacó dos bandejas, una con unos pastelitos muy pequeños, y otra con unos emparedados, no mucho más grandes. Las bebidas eran una limonada donde flotaban hojas de hierba buena y otro líquido color rosa que resultó ser zumo de sandía con fresas. 
En este mes de julio el calor apretaba, pero esto no impide que a una genuina española un buen café con leche le pueda parecer un néctar de dioses.
Al traer esta merienda espartana, la señora de la casa explicaba que intentaba siempre comer poco y cosas sanas, que no soportaba las bebidas del comercio y que le parecía importante intentar envejecer con dignidad y cuidando al cuerpo.
A las amigas les parecía hasta ahora que con buenos manjares y alguna que otra bebida estimulante, cuidaban divinamente de su cuerpo y de repente se sintieron viejas, anticuadas y gordas.
Comieron sin alegría los emparedados (“berro con mahonesa ligera”) y los pastelitos, (“de la mejor pastelería de Murcia”), regados con las bebidas (“tan sanas y llenas de vitaminas”), y se fueron silenciosas en sus respectivas casas.

Las tres amigas ignoraban lo que era una depresión, pero sabían reconocer una humillación. Esta noche se miraron en el espejo y, por primera vez en su vida no les gustó lo que vieron: unas casi ancianas, con unos rizos apretados, unas caras rechonchonas que acusaban profundas arrugas y unas carnes generosas que les obligaban a llevar vestidos amplios y zapatos cómodos. Mirando sus casas, se dieron cuenta que eran las mismas que las de sus madres y de sus abuelas, con tapicerías de flores, un montón de cuadros mediocres, figuritas, plata expuesta y nunca usada y montones de fotos de padres, abuelos, hijos, nietos, unas vidas acumuladas en una especie de rastro anticuado. Siempre se habían sentido, en este caos de recuerdos, rodeadas de viejos amigos, de buenos recuerdos…y de repente lo juzgaban, con ojos críticos. ¿No eran todos estos objetos poco más que la imagen polvorienta de un mundo ya muerto? ¿No tendrían que hacer tabla rasa de estas antiguallas? ¿Ya sólo eran unos vejestorios?
A los ojos de  Doña Concha, la más sensible,  asomaron unas lágrimas.

La próxima partida tenía que ser en casa de Doña Carmen, y esta perspectiva la llenó de angustia.
Empezó poniendo en su dormitorio la imagen de la Virgen de la Fuensanta que tronaba en su salón así como su colección de perritos de porcelana. Quitó los tapetes de ganchillo que protegían los brazos y la cabecera de su sofá de flores, y puso las fotos más antiguas en un cajón. (“Perdón abuelos, lo siento padres”). Se gastó un dineral en unos pastelitos que no eran de la mejor pastelería de Murcia e hizo unos emparedados de jamón york y lechuga. Pero, aunque accedió a hacer una limonada, se negó en prescindir del café con leche.
Este día el calor era verdaderamente asfixiante y el ventilador hacía un ruido algo chirriante.
“¡Esto es lo que hay niña! Pensó ella, y si no te gusta podemos perfectamente jugar sin ti.”
Cuando llegaron sus dos amigas, se dieron perfectamente cuenta de los cambios operados, pero se callaron y no hicieron ningún comentario, cosa poco habitual en ellas. Por fin llamó a la puerta la señora “alcaldesa”, y después de una rápida mirada al salón dijo:
“¡Qué casa más encantadora! ¡Me trae tantos buenos recuerdos de las vacaciones en casa de mi abuela!”
No hubiese podido hacerlo peor, y a la anfitriona le sentó a cuerno quemado.
Después de sentarse en la mesa camilla, la intrusa preguntó:
“¿No le parece algo incómodo jugar a las cartas en una mesa redonda?” Luego se secó la frente sudorosa y le recomendó a Doña Concha  aprovechar la oferta tan buena que hacia el “hiper” en aires acondicionados.
“Lo hemos puesto en todas las habitaciones y, la verdad, en esta región me parece casi indispensable.”
“¡La madre que te parió!”, pensó la dueña de la casa, saltándose, aunque fuera en pensamientos, todas las reglas de educación que se imponía.

Gracias a Dios, en esta tarde, las cartas no fueron favorables a esta mujer, y aunque la partida se quedó “en tablas”, fue un consuelo para las otras.
Cuando llegó la merienda, la anfitriona se temía lo peor pero, la verdad sea dicha, la intrusa se comportó…más o menos. Tomó un emparedado y dos pastelitos, alegando que estaba a régimen así que las amigas se tuvieron que adaptar y, a pesar del hambre que tenían y de la buena pinta que tenía lo ofrecido, fueron más que comedidas.


A partir de este momento, la vida de nuestras heroínas cambió. En vez de aceptar que eran sencillamente unas señoras entraditas en años, redonditas y felices, decidieron que había que ponerse al día.
¡Adiós a los desayunos en esta cafetería que había remplazado al casino!
¡Adiós a los aperitivos y a las buenas comidas! Hasta la siesta se vio como algo pecaminoso.
Se matricularon en las sesiones de gimnasia para la tercera edad, y hasta fueron al menos una vez por semana a la piscina, apretadas en unos bañadores más parecidos a fajas que a trajes de baño.
Renunciaron a las emisiones de corazón, obligándose a limitarse a los documentales de la 2.
El marido de Doña Fuensanta protestó que su mujer le quería matar de hambre y que los documentales de animalitos no le dejaban dormir tranquilamente. Pero se encontró frente a una adversaria implacable y tuvo que matar el hambre en la trastienda del “super” con unos congelados o latas que, aunque decía a los clientes que esta cocina moderna les evitaba el engorro de pasar tiempo guisando, tenía que reconocer que eran un asco.
Compraron una mesa cuadrada que no admitía falda ni el brasero tan agradable en los meses de invierno y dejaron las figuritas y las fotos de los padres y abuelos en sus dormitorios o escondidas en cajones.
Perdieron algunos kilos pero sobre todo perdieron su alegría. Ya no se les podía oír riéndose a carcajadas limpias con unos chistes, en general muy malos. Ya no se pasaban las horas hablando con este o el otro en la calle para enterarse de los chismes del pueblo. La verdad eran sombras de ellas mismas. Sus conciudadanos estaban algo preocupados y no reconocían a las que habían conocido alegres, seguras de ellas mismas y a veces algo insoportables…pero preferían las de antes.

Seguían las partidas de carta, pero ya no eran una deliciosa rutina amistosa sino sólo unas partidas de cartas.                                                                                                                    No se podía en estos momentos comentar los chismes locales o los de algún famoso, ya que la señora “alcaldesa” los encontraba una solemne tontería…hasta llegó a hablar de ellos como del opio del pueblo. Es que la buena señora había estudiado aunque tenía cierta tendencia en manipular a Marx a su antojo.
Para celebrar su santo (¡Desde cuando los rojos celebraban su santo!), organizó en su casa una fiestecita con gente “bien” del pueblo; hasta se dignó a invitar al jefe de la oposición y antiguo alcalde y al cura.
Las tres amigas fueron, luciendo sus mejores galas , Doña Fuensanta acompañada deu   su marido algo recalcitrante. Había un buffet de lo más lujoso: salmón, caviar que resultaba ser huevas de Lumpo y hasta  “Foie” francés, todo regado con “Champagne” del mismo origen. Es que la señora había vivido hasta los tres años en Francia donde emigraron sus padres, y estos tres años le habían marcado para toda la vida.                         Cómo acostumbraba, el buffet fue lujoso pero escaso y, cuando los invitados después de cumplir con las marcas de educación más exquisitas volvieron a sus casas, más de uno tuvo que matar el hambre con un buen bocadillo de jamón regado con un Jumilla que no tenía nada que envidiar a los caldos franchutes.
Pero, después de esto, las tres amigas llegaron a la conclusión que eran ellas unas pueblerinas paletas.                                                                                                                  Transcurrían los meses y sólo un milagro hubiese podido salvar a las amigas  de una verdadera depresión, esta que sólo se puede permitir la gente de las revistas.

Y Dios en su bondad, decidió arreglar este desastre.

Doña Mercedes, nunca se había podido acostumbrar a la vida en la capital y un buen día apareció en el pueblo, con la firme intención de no dejarlo nunca más.
Lo primero que hizo fue llamar a la puerta de su amiga Carmen.
Cuando la vio no pudo evitar una exclamación de asombro.
“¡Querida, que te ha pasado! ¡No estarás enferma!
- En absoluto, todo lo contrario, estoy teniendo una vida sana, hago deportes y casi no como.
- ¡Deportes! ¡A nuestra edad! ¿Y cómo es que casi no comes? ¿Y todas las cosas tan monas que tenías en la casa?”
Sin contestar, Doña Carmen llamó por teléfono a las otras…y cuando llegaron, Doña Mercedes no se podía creerse el cambio tan drástico que habían sufrido sus viejas amigas.
Por única respuesta a sus preguntas y a su preocupación, se contentaron con suspirar.
“¡Da igual! Para celebrar mi vuelta, esta tarde partidita en mi casa.”
Las otras se miraron dubitativas.
“¿Tal vez habría que avisar a Cristina?
- ¿Quién es esta Cristina?”
Fue en este mismo momento cuando Doña Carmen recuperó la cordura: “¡Qué diablos! ¡Desde luego que no! ¡Ni Cristina ni puñetas! (con perdón). No la necesitamos para nada, y todas preferimos jugar con Mercedes. ¿Ah que sí?”
Una ola de emoción les embargó y, todas se abrazaron con lágrimas en los ojos
La partida en casa de Mercedes fue una autentica delicia, con apuestas pequeñas, comentarios del último “Holá” y una merendona que se zamparon con alegría y sin la menor sombra de arrepentimiento.
Explicar a la mujer del alcalde que había vuelto su amiga y que no podían dejarla  después de tantos años de fiel amistad fue bastante fácil.
Las figuritas, la Virgen de la Fuensanta, las fotos de los abuelos recuperaron el sitio que nunca tuvieron que dejar.
Las mesas cuadradas se regalaron a la “casa del pueblo” para que los viejos puedan jugar cómodamente al Tute o a los dominós.
Renunciaron a la gimnasia para la tercera edad, pero no les disgustaba darse de vez en cuando un chapuzón en la piscina cuando el calor apretaba.
Los tapetes de ganchillo volvieron a adornar los sillones y las mesas de camilla…y, sobre todo, las amigas pudieron por fin disfrutar de la buena vida. ¿Cómo habían podido ser tan tontas como para privarse de unos buenos bollos, de la cecina, las almendras y el vino dulce y de sus  queridas meriendas con chistes malos y buenas carcajadas?

Desde luego tuvieron que separarse de estos vestidos algo ajustados que ya no le entraban, y sus arrugas mejoraron de forma significativa con el relleno adquirido. Y cuando se miraban en el espejo, veían lo que había que ver: unas señoras, entraditas en años, algo regordetas y felices.

Así termina, con final feliz por supuesto, este trocito de vida en un encantador pueblo de la vega murciana donde da gusto comer, reír y divertirse con buenos amigos. En él, la política puede llegar a ser una diversión  y los cambios tardan un poco más en notarse que en otros lugares menos afortunados.

¿Para qué cambiar lo que es casi perfecto?


AUTOR: @mlarderius