jueves, 27 de noviembre de 2014

Los autos quemados



Nuestras visitas a Villa Udaondo eran frecuentes allá por la década del 80. Mi familia y yo recorríamos sus calles de tierra aun en pleno verano, con el sol pegando sin piedad, a la hora de la siesta. El río de la Reconquista era una presencia próxima que se adivinaba al otro lado del cinturón ecológico; pocas veces nos acercábamos a él. La mayoría de los paseos que realizábamos consistían en caminar por el área conocida como “El Jagüel”. Mientras, las chicharras proveían un fondo musical que subjetivamente nos hacía sentir más calor. “Hay pan”, anunciaba categórica la pizarra de la única despensa. Lo mejor era cuando encontrábamos algún automóvil quemado, abandonado a la vera de cualquiera de esas calles; los chicos nos metíamos en él y simulábamos conducir, en el caso de que le hubiera quedado el volante. También existía la opción de darlo vuelta y usarlo como subibaja, una vez que nos aburríamos de jugar dentro.

Por aquel entonces, esa zona de Udaondo, cercana al puente Márquez, poseía grandes extensiones de campo en estado virgen. Los yuyales, donde los perros de raza indefinida se lucían como diestros cazadores de lauchas, cubrían la mayor parte del paraje. Uno podía andar varias cuadras sin cruzarse con ninguna persona. Incluso resultaba más fácil ver gente a caballo que a pie. Y ahora que hablo de “a caballo”, la recuerdo a ella, cabalgando.

Era la pareja del hombre más rico del lugar. Notablemente más joven que él, tanto como para que hubiera comentarios al respecto. Los chicos la veíamos pasar al galope, montando como una amazona, y nos quedábamos en silencio; apenas compartíamos una mirada cómplice, inmersos en la estela de polvo que dejaba detrás. Era muy atractiva, y nosotros, hombres en potencia, lo percibíamos. Su edad debería rondar los veinticinco años. Dueña de una belleza agreste, de piel blanca y cabellos castaños, vestía jeans muy ajustados. La enorme quinta en la que pasaba los fines de semana junto a su concubino tenía piscina, y pese a que el cerco verde de ligustrina sólo permitía ver minúsculos fragmentos de su interior, cierta vez oí a unas mujeres envidiosas decir que la habían visto en tanga, con un tono de desaprobación en su voz. Creo que, secretamente, estábamos todos enamorados de ella.

Una de esas siestas de verano, salimos a dar nuestro habitual paseo. Desde lejos, al costado de una calle que atravesaba un sector en que los retoños de álamos superaban la altura de un hombre, divisamos un auto quemado. El vehículo tenía un diseño moderno para la época; un Ford Sierra que no olvidaré mientras viva. Intentamos una carrera hasta él. Corrimos entre risas, felices. Faltando poco para llegar, el que llevaba la delantera se frenó e hizo un gesto con su mano derecha pidiendo que lo imitáramos.

—Hay alguien —dijo.

Seguimos caminando todos en racimo. Pasamos por al lado del auto procurando guardar una distancia prudencial, dando una suerte de  pequeño rodeo. Miramos por la ventanilla y lo que vimos nos erizó la piel. Conmocionados, regresamos con los adultos que habían quedado rezagados. Les contamos exaltados lo que acabábamos de ver. Describimos escuetamente el horror, con un lenguaje elemental, de niños. Entonces, nos acompañaron a realizar una segunda inspección, la cual confirmó lo que habíamos visto en la primera: se trataba de un cuerpo carbonizado, sin vida. Al observarlo con detenimiento, nos percatamos de que era una mujer. Su ropa estaba chamuscada. No obstante eso, pudimos reconocer el jean ajustado, como así también unos jirones de cabello castaño.

El concubino fue preso. Dijeron las malas lenguas que lo habían perdido los celos, y con razón.


Autor: Luciano Doti
@Luciano_Doti
http://letrasdehorror.blogspot.com

lunes, 24 de noviembre de 2014

Todo




Dicen que el tiempo lo borra todo – le susurra al fiambre  Mi desfalco como contable. El despido. Tu cadáver. El tiempo y la lejía – asiente riendo mientras limpia la sangre.


Gema Bocardo ©  


jueves, 20 de noviembre de 2014

Perder la cabeza


Esa mañana llevé las mochilas al colegio dejando a los niños colgados en la percha. Expuse en la reunión de inversores una detallada lista de la compra olvidando mi informe en el imán del frigorífico. Paseé el paraguas mientras el perro dormía en casa. Y cuando me encontré haciendo el amor con el vecino del quinto mientras mi marido había ido a bajar la basura, supe, sin lugar a dudas, que había perdido la cabeza. La encontré después de unas semanas y aunque el médico logró cosérmela a pequeñas puntadas, nunca he vuelto a ser la misma. Ahora, para evitar cualquier olvido, la llevo siempre conmigo en una caja de sombreros junto a un papel bien doblado donde dice: nunca te casaste, no tienes hijos, llevas dos años en el paro y no vive nadie en el quinto.


Piluka Mariscal

Autora: Mar Horno @HornoMar
Blog Maremotos 

martes, 18 de noviembre de 2014

Si dices hasta nunca, que sea para siempre


No construyó su casa para vivir, sino para volver.Y mientras lo hacía, me encargué yo de regar cada uno de sus álbumes de fotos.

Cuando regresó, había pasado demasiado tiempo, y ninguna de aquellas instantáneas lo reconoció.

Muchas lloraron al verse manoseadas por un extraño que las miraba como pidiendo explicaciones, como si ellas fueran las responsables de su pasado.

No llegué a tiempo para impedirlo...

"Me salvaron las lágrimas, había llorado tanto que estaba empapada, por eso, cuando me tiró al fuego no ardí como las demás" me explicó una de mis fotografías favoritas, en la que yo salía con los ojos cerrados y él me mordía el cuello.

Nos vimos una sola vez más, él clavaba el cartel de "se vende".

lunes, 17 de noviembre de 2014

Los Lugares Comunes

Siempre he sentido fascinación por los “lugares comunes”, esos “lugares” que evitan nombrarse, pero que al parecer, tod@s los que formamos parte de una determinada conversación, conocemos.

Quizá esta expresión sea una manera rápida de contextualizar un determinado asunto, evitando así un preámbulo de antecedentes y consideraciones.

No pretendo debatir sobre la idoneidad de esta expresión, pero si me permitís, quisiera reflexionar brevemente sobre los “lugares comunes” de la convivencia humana.

Hay una serie de valores universales que desde tiempos inmemoriales, proporcionan a la humanidad un rumbo y un estímulo en su devenir.

Aún a riesgo de equivocarme e incluso demostrando cierta presunción, creo que si preguntásemos a la mayoría de las personas sobre los valores individuales y colectivos que debe tener una sociedad madura y próspera, encontraríamos una abrumadora mayoría de valores, aceptados como universales: Amor, amistad, bondad, confianza, honestidad, humildad, respeto, solidaridad, responsabilidad, verdad…

Lugares conocidos, pero… ¿lugares visitados?...

Oratorux

Uno se formula esa pregunta con frecuencia, y no se siente satisfecho con la respuesta. Y esa insatisfacción le lleva a pensar que quizá conocemos los conceptos, pero no su significado, ni su implicación en nuestra propia vida y en nuestra relación el prójimo. También piensa quien escribe, que tendemos a soslayar los valores capitales que deberían vertebrar nuestra convivencia, adoptando con celeridad la fórmula de los “lugares comunes” e implícitamente, un talante superficial al respecto.

¿Miedo, pudor, prejuicios...? Es complicado concretar el porqué y en último extremo, de nada valdría encontrar un porqué agregado, un porqué promedio, si cada persona no es consciente de cuál es su porqué.

Os animo a desentrañar estos “lugares comunes”, a profundizar en ellos sin complejos, a aceptar lo que representan, a asumir su fuerza y a anteponerlos en nuestro discurso...

Os animo a incorporar dichos lugares a nuestra vida con la naturalidad que esta merece.

Autor: @oratorux
Blog: Oratorux

martes, 11 de noviembre de 2014

ESPEJISMO INFALIBLE





Era domingo. Salí de mi casa sola como siempre y tomé la ruta en la espesa noche. Tenía mi cabeza llena de pensamientos. Mi vida estaba perdida en el peralte de la vía. Abstraída en la oscuridad, sin tener motivo alguno de volver a mi realidad, mis movimientos eran inertes, estaba desconectada del mundo físico existente.

El silencio de la noche estaba latente, sólo se podía escuchar la sórdida soledad. ¿Había alguien? Nadie. Todos estaban en sus casas perdidos en sus mundos, en sus dilemas y todo lo demás, sus voces calladas se podían escuchar a lo lejos sin avisar.

Comencé a descender por una avenida. Los párpados de mis ojos caían pesadamente, quizás por el insomnio de tantas noches en blanco. Las luces que iluminaban el camino comenzaron a cansarme. No tenía buena visibilidad, pero no podía detenerme. Debía continuar conduciendo. Estaba segura que no había nadie y es que a esas horas de la noche nadie sale a entregarse a los abismos del silencio y de la oscuridad.

De repente, una silueta etérea se atracó delante de mí carro, confundiéndose con el recuerdo tórrido tantas veces evocado en mí. Intenté terminar con mi pretérito de una vez por todas. Aceleré locamente, ahogada en la esperanza. La velocidad era mi demiurgo. Dejé de pensar y sólo sentía cómo mi sangre calentaba mis extremidades y recorría cada átomo de mi cuerpo sin vacilar.

La relatividad del tiempo consumía la realidad jugando con mi lucidez. Recuerdos de hace horas, días, meses, años. ¡Eso ya no importaba! Era otra artimaña del titiritero que manipula mi vida a su antojo. Pero ésta vez no. ¡No, no, no! No va a volver a burlarse de mí con sus espejismos. Todo deberá terminar esta noche, aquí, así mi existencia se extinga hoy.

Fútil realidad que se dispersa vivazmente al azuzar mi ímpetu. ¡Adiós claridad! ¡Adiós lobreguez! Fueron mis últimas palabras, mientras mi carro giraba fuera de la vía al intentar seguir la sombra de tu ausencia, perdí el control del tiempo, perdí el control del espacio, me sumergí en el vacío de otro plano, ya no sabia quien conducía aquel aparato.

En la penumbra de la noche oscura sentí como mi cuerpo dejó de sentir y mi corazón dejó de latir, escuché su latido hasta que espiré por última vez. Noté que mi alma yacía fuera de ese cúmulo de huesos y carne, desechos  destrozados esparcidos por la pendiente de aquella autopista solitaria.

Recordé la silueta maligna que minutos antes había cruzado mi camino, en seguida quise arrastrarme y buscarle, llena de ira y melancolía pero había perdido mi vida. No podía quedarme así… mi alma y mi espíritu estaban desorientados, todo era tan diferente, todo era diferente

Así que intenté disuadir a las hermanas del destino, exponiéndoles mis ansías terrenales de volver por unos instantes siquiera, porque la esencia de aquel amorfo espectro no permitiría cumplir efectivamente mi reencarnación. Sin embargo, el auxilio no provino de ellas. Mi respiración volvió a mi cuerpo y pude abrir los ojos aturdida. ¿Quién habría sido? Un espasmo sacudió mi cuerpo, luego otro.

Una voz me imploraba palabras sin sentido, allí frente a mi cuerpo, aquella silueta, aquel espectro, comenzó a tomar forma justo delante de mí, sus manos cubrían mi rostro, sus lagrimas mojaban mi tes, su cabello limpiaba mi sangre...

¡No pude haber imaginado tal escena! Me sentí traicionada nuevamente por mi mente falaz, la oscuridad cegó mis sentidos y a gritos imploré:

 ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Eras tú! El ángel de la guarda que siempre respeté, la silueta que siempre admiré, la voz que siempre calmó las jugarretas del destino.

Por poco tú serías yo. ¡Oh Fausto! ¡Oh Hades! ¡Diabólico y maligno! ¿Cómo osaste engañarme? ¡Maldito olvido, maldita tu presencia! Por un instante mis manos mancharían la vida del ángel que salvó mi vida.

 ¡Ven muerte querida, llevadme ya! No soporto el dolor que oprime mi corazón, y deja vivir a mi ángel un tiempo mas. Retoma mi vida en tus manos y a cambio dale la vida a quien en vida me dio un poco de felicidad, prefiero descender a los infiernos antes de vivir con la culpa de cegar la vida de aquel ser tan hermoso e inalcanzable..

Y poco a poco mi sangre se heló colmada al fin de aquella paz inexistente en vida y con la que siempre soñé hasta el último momento de mi existencia divina. ¡Gracias osada providencia! ¡Gracias por girar la voluntad del tiempo! ¡Llevadme Hades en tus brazos! Ya quiero descansar de tanto tormento…

Así el cambio se dio, mi hija viviría por mi, y yo moriría por ella hasta el fin...

Autor/a: Eleorana - 2014
http://glosmaryseleoranacamachoalbarran.blogspot.com/
@eleorana80

lunes, 10 de noviembre de 2014

El infierno de las bestias



 Se escuchaban los aullidos desde lejos. Corrí pero, cuando llegué, el galgo ya había muerto y su cuerpo se balanceaba colgado de un árbol. Al cazador no le había parecido suficiente hacerle tocar el piano: ahorcarlo de manera que se mantuviera en precario equilibrio sobre las puntas de sus patas hasta rendirse, agotado, a la muerte inevitable. No. Probablemente el animal había resistido demasiado tiempo y lo había rociado con gasolina. Supongo que tenía prisa; aunque trajo el bidón antes de saberlo, ¿no es cierto?
   Observaba el cadáver fijamente y no me vio venir. Los machotes no son tan duros cuando les golpeas con ganas. Se retorcía en el suelo, gimoteando mientras intentaba parar los golpes. Cuando le quebré el brazo con el tacón de la bota se quedó sin aliento y vomitó. Luego, sólo sollozos y el olor a la carne chamuscada del perro. Farfullaba que tenía dos años; que no había cazado suficientes piezas; que alimentarle hasta la siguiente temporada era caro; que todos los cazadores lo hacían; que él por lo menos no le había inyectado lejía ni arrojado a un pozo; que a las bestias que no sirven para nada se les da boleto.
   No estaba de acuerdo, pero le di la razón y le prendí fuego.

                                                                                               Gema Bocardo © 



Cada año más de 50.000 galgos son asesinados en España.