jueves, 23 de julio de 2015

Libro recomendado: "El silbido de la serpiente" de Aída del Pozo.



La Asociación Multicultural 'El Arte Eres Tú' recomienda leer "El silbido de la serpiente" de Aída del Pozo.

La sipnosis del libro deja bien claro que es una gran novela;

Llevo años sintiendo que soy un caparazón vacío. Me levanto cada mañana con la necesidad de hacerme con lo que los demás poseen y de lo que yo carezco: ese halo invisible que dota a las personas de sentimientos y distingue a los seres humanos de las bestias. Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que no tengo alma. ¿Nací sin ella? Quizás la tuve pero me la robaron cuando mi padrastro se metió en mi cama con el tácito consentimiento de mi madre. Sin embargo, Candy, la mujer con la que convivo, se empeña en convencerme de que la poseo. Insiste en que la mía es un alma atormentada y llena de recovecos oscuros y profundos secretos, pero que está atrapada en este cuerpo que ella venera, clamando para que yo deje de creer que tan solo soy una carcasa. Quiso mostrármela a través del retrato que me hizo hace unas semanas. Entonces creí verla por un instante… Sin embargo, en mis amaneceres aún no existen días de primavera. Más allá de mis cuatro paredes todo me parece una cloaca y la gente me importa poco pues de los zombis que pululan a mi alrededor solo necesito una cosa: sus almas. Y ahora debo salir a cazar. Tengo tanta hambre...



Las opiniones de los lectores verifican que es una novela imprescindible para cualquier lector.

Pueden adquirir el libro en formato digital pinchando aquí, por lo contrario, si quieres adquirirlo en papel, puedes comprarlo a través de la página de editorial FANES, por MD a @damadenovelas o por correo a elsilbidodelaserpiente@outlook.com

No olvides visitar su twitter y blog literario.

miércoles, 22 de julio de 2015

Resort 5*



 No se lo podía creer.
—Pero si tienes piña natural, mango, aguacates y una deliciosa ensalada de langosta con frutos del mar.
—El truco habitual para engañar a los turistas…
—Mujer, el hombre barbudo de las puertas nos lo dejó bien claro.
—Ya sabes lo que pienso sobre la censura y las restricciones —contestó ella, agitando su melena cobriza.
—Hay ocho restaurantes temáticos y un vegetariano de lujo. Elije uno, el que prefieras, tienes a tu disposición cuanto de comestible hay en la flora y en la fauna… Pero por favor, Eva, otra expulsión no.
—He dicho que me comeré la manzana y punto.



Autor; Pedro P. de Andrés.
No olvides visitar su twitter y blog.

miércoles, 8 de julio de 2015

El viejo ring

Ya no se nos oye hablar. Las únicas risas que quedan son la de algunos niños jugando en la calle. Eso sí, la tele de fondo  suena demasiado alta. Seguramente sea mejor, que algunas discusiones sin sentido, que acompañan casi todas nuestras noches. No recuerdo desde cuando hemos convertido el sofá que nos oía disfrutar como un paraíso en un viejo ring.

Míranos, dos fantasmas intentando no pensar, hundidos en pantallas. Yo la del móvil por si alguien me hace sonreír de nuevo. Tú la caja boba hasta que los párpados se quedan sin fuerzas. Y mañana, el vecino del cuarto, nos dirá que buena pareja hacemos. Y los dos sonreiremos. Mintiendo.


Autor: Defreds.


Visita su twitter y su página en facebook.

lunes, 6 de julio de 2015

Una imagen en Sepia

Releyó por última vez aquellos trazos irregulares de tinta desvaída que había transcrito en las primeras páginas de su cuaderno, ajado por el uso. Hacía ya demasiados años, no recordaba exactamente cuándo. Sus anotaciones, a lo largo de su vida, habían devorado paulatinamente aquel bonito ejemplar, adquirido una lluviosa tarde otoñal en París. La recordaba como si le hubiese pasado hace unos días. Para protegerse del feroz aguacero, se introdujo en el primer establecimiento que encontró a su paso en la búsqueda desesperada de cobijo. Aquella vieja librería mostraba en un pequeño estante una rica variedad de cuadernos y plumas de los que se enamoró al instante. A pesar de que llevaba empapado el traje, se dirigió al dependiente que lo observaba perspicaz tras unas pequeñas gafas de concha. Sacó un arrugado billete del bolsillo e hizo que le preparase un paquete con varios de aquellos cuadernos. Le habían acompañado desde entonces. Volviendo al presente, deslizó suavemente su sarmentoso dedo sobre aquellos caracteres al tiempo que susurraba lentamente uno de los mantras que habían guiado su procelosa existencia. “Para todos los males, hay dos remedios: el tiempo y el silencio.” Paladeó el exánime sonido que sus labios pronunciaron.

El silencio, pauta obligada en su delicado oficio, se había convertido en su fiel aliado. Lejos de aquellos remordimientos de juventud, que le impelían a contarle a cualquier colega los desmanes que hubo de cometer para sobrevivir, hacía mucho tiempo que se había reconciliado con la prudencia. Por otra parte, el tiempo había terminado por soterrar muchas de las cicatrices de su espíritu, incluso aquéllas que estuvieron a punto de hacerle cometer alguna tropelía. Dumas tenía razón cuando escribió esa frase y, sin saberlo, había sido su secreto confidente y leal compañero de viaje.

Cerró el cuaderno y se deleitó contemplando la fotografía una vez más, posiblemente la última. Aquel recuerdo, inmortalizado en la imagen sepia que le había acompañado, muda y cómplice, durante las últimas décadas, sería lo último que sus gastadas pupilas contemplarían. Era su homenaje postrero a un tiempo que prefiguraba todo lo que había llegado a ser en su vida. No representaba un final rastrero para lo que había sido su azarosa biografía. Algunos colegas suyos no habían disfrutado de una despedida tan apacible y discreta. Por tanto, a fin de cuentas, se podía considerar un hombre afortunado.

Aspiró con delectación el áspero aroma que emanaba de la taza humeante que cobijaba entre sus manos. Para conseguir el resultado esperado había tenido que vaciar completamente la botella de elixir que guardaba celosamente en su armario en previsión de que su uso fuese necesario algún día. Ahora lo era. Las infusiones, desde su temprana juventud, fueron su perdición. Paradógicamente, esta última sería su salvación. Todo menos aguantar la molesta e indecorosa agonía que le aguardaba sin remisión alguna. Las olía y saboreaba con esmero y cariño. No había viaje del que volviese con las manos vacías. Siempre había un hueco en su pequeña bolsa para un paquete que contenía la más rara de las hierbas del lugar; algunas fragantes y con propiedades balsámicas, otras con sabores imposibles e inexplicables.



Amante de la escenografía hasta el final, se recostó plácidamente sobre la deslucida alfombra oriental que presidía su pequeño salón, recuerdo de uno de sus primeros viajes al continente asiático. Lenta y ceremoniosamente, se acercó la taza a sus labios y sorbió sin premura el tibio elixir aromatizado que le permitiría alcanzar la liberación. La imagen de la foto le devolvió una mirada cómplice mientras que, mansa y apaciblemente, se fue quedando dormido.



Autor: William Bakerville


Visita su twitter y página web.

sábado, 4 de julio de 2015

El pueblo que sabía demasiado.

Cuando se tomaba una copita de anís del Mono doña Águeda veía el futuro con una clarividencia milagrosa. Lo que era de mucha utilidad para sus vecinos. Se presentaban en su casa con una botellita y salían sabiendo el porvenir. Cualquiera que consultaba sus cartas podía, con tranquilidad, despedirse de su padre años antes de que muriera, adular a conciencia al familiar que le dejaría su herencia en un futuro, superar sin excesivos traumas un garantizado divorcio o preparar con anhelo una infidelidad venidera. Aunque también hubo destinos  equívocos y equivocados. El de Marcelo, que se colgó de un balcón desesperado por los desaires de Adela, empecinada en el vaticinio de que nunca se vestiría de novia. O el de Tobías, que tuvo que matar al alcalde —de forma bastante sangrienta—a pesar de que nunca sintió ninguna animadversión por él. Es más, todo lo contrario.


Autora: Mar Horno.


Visita su twitter y su página web.

jueves, 2 de julio de 2015

Una segunda oportunidad

Ana contempla su imagen y sonríe frente al espejo. Acaricia con la mano sus arrugas pero no las cuenta, pues le parece absurdo preocuparse por algo que no tiene remedio. Sin sus gafas, su imagen no es nítida y eso es una ventaja. Ana es una mujer pizpireta y coqueta, pero la atractiva madurez serena que ha adquirido su rostro con el paso de los años y la inevitable presbicia, han hecho que se sienta bien consigo misma.
Hubo una época en que le preocupaban mucho sus arrugas y al segundo se arrepentía por haberse observado con tanto detenimiento y abandonaba el cuarto de baño con una mueca de disgusto que la acompañaba durante un buen rato. Dejó de preocuparse en contarlas cuando decidió acabar con la vida que llevaba. De eso hacía más de diez años. Aquel día se despertó antes de que la alarma del reloj anunciara el comienzo de la jornada y no halló a su marido en la cama. Le pareció que hablaba en el baño y acercó la oreja a la puerta. Charlaba con alguien, susurrando. "¿Tan temprano?", se dijo. "¿Quién se levanta a las cinco de la mañana para llamar por teléfono?" Ese día su esposo viajaba a Barcelona. Solía hacerlo a menudo por su trabajo aunque últimamente lo hacía mucho más. Oyó que él se despedía con un "estoy deseando verte, cariño", y la sangre se le heló en las venas. Se fue de puntillas a la cama para que él no la descubriera espiando. Se hizo la dormida y al cabo de muy poco sonó el despertador.
De regreso del viaje preguntó a su marido y él le confirmó que mantenía una relación con otra mujer. Se llamaba Miriam y era una compañera de trabajo. Tenía la frescura que dan los treinta y la complicidad de decenas de horas compartidas en la oficina. "Era inevitable que esto sucediera cuando el amor de los primeros años se ha agotado con la llegada del otoño. ¿Qué pueden hacer el hastío y la rutina contra la primavera?", pensó, justificando así lo sucedido.
Se quedó con la casa y con el utilitario y su ex marido se llevó la colección de música, las películas, un par de cuadros y poco más. Pero lo más importante es que se también se llevó sus ganas de volver a amar. "¿Cómo volver a confiar, cómo?"
Con cuarenta y dos años, tuvo de ver nacer al primer hijo de su ex marido (ellos no habían podido tener descendencia), lo que la sumió en una profunda tristeza. Se sentía vacía. Con una vida aburrida, poco tenía que esperar de lo que le quedaba por caminar. Perdida la esperanza, aquella consistía en trabajar, quedar de tarde en tarde con los pocos amigos que conservaba de su vida de casada y con algunos que se habían incorporado a la nueva, leer o escribir. No era dada a ir sola a los sitios pues estaba acostumbrada a salir acompañada. Un museo, el cine, o un simple paseo se le tornaba un reto complicado de superar.
Tres años después, Alicia, una compañera de trabajo, le anunció que entraba en el club de los divorciados. Se lo confesó serena y relajada pues, en su caso, fue decisión propia y esas, sin duda, eran más llevaderas que las decisiones en las que no se participa. Desde ese momento, la vida de Ana cambió radicalmente, al introducirla Alicia en su círculo de amigos singles. "Qué palabreja tan ridícula", se dijo entonces.
Entre los amigos de su compañera se hallaba un hombre de unos cincuenta, con buena presencia y mirada limpia, que le llamó especialmente la atención por su cordialidad y simpatía. Se llamaba Manuel y congeniaron enseguida. Un par de semanas más tarde, quedaron para tomar un café fuera de las salidas habituales del grupo. Tras varios cafés más y un par de comidas, finalmente la invito a ir a su casa. De eso hacía ya más de diez años.
Manuel aparece en el cuarto de baño y mira a Ana con una sonrisa en los labios. Ella sigue mirando su rostro y sonriendo, sin apercibirse de su presencia. Manuel la coge por la cintura y Ana da un respingo, se vuelve y le acaricia el rostro, dándole un suave beso en los labios.
- Deja de mirarte tanto, mujer, sigues siendo preciosa.
- ¡Si ya no puedo casi verme sin gafas, Manu!
- Querida, el tiempo pasa pero tú estás igual de atractiva.
- Es que me ves con buenos ojos.
- ¿Con qué ojos se mira  a quien se ama sino con los del corazón?
- Sigues siendo un poeta.
- Y tú una mujer hermosa. No lo digo yo, lo veo en las miradas de los hombres.
- ¿Celosillo?
- En absoluto. Me encanta que te miren. Ellos miran, yo acaricio...
- Eres maravilloso, Manu.
Manuel la atrae hacia él, acaricia su pelo y muerde suavemente sus labios. En efecto, la sigue viendo como el primer día: una mujer maravillosa. El tiempo pasa pero para ellos parece que se ha detenido.
- Lo sé, mi amor. Por cierto, recuerda que Clara y Edu vienen a cenar esta noche.
- No lo he olvidado, cariño. He preparado mi ensalada especial "Ana".
- Conviertes una simple ensalada en una delicatessen. No sé cómo lo consigues. A los chicos les encanta.
- Con piñones y jamón ibérico, ¿cómo no conseguirlo?
- Intuyo que van a contarnos algo importante. Clara estaba muy habladora. Cuando no para de hablar es que está nerviosa pero ilusionada. Me atrevería a decir que estaba loca de contenta cuando llamó para preguntarnos que si nos venía bien que vinieran a cenar a casa hoy.
- ¿Un nieto?
- ¿Qué si no?
- Un nieto, Manu.
- Nuestro nieto, Ana.
- Tu nieto.
- Nuestro nieto, mi amor. A mi hija te la ganaste y a mi yerno, también.
- La quiero, nos queremos las dos y cómo no ganarme a Eduardo si tu hija es tan inteligente y buena persona como su padre y supo elegir bien? Edu es un hombre extraordinario.
- Eligieron bien los dos, ¿no?
- Elegimos bien los cuatro.
- Ana, ¿crees que nos dará tiempo para sentarnos un ratito en el sofá y ver una peli antes de que vengan?
- Está todo listo, cariño. Sólo queda poner la mesa, que prepares tu crema especial para las tartaletas y poco más.
- ¿Y me mimarás?
- ¿Y cuándo he dejado de hacerlo desde que nos conocemos, Manu?
- ¿Y yo? ¿He respondido siempre a tus expectativas, cariño?
- Como los arco iris, mi amor, que brillan e iluminan. Los arco iris siempre cumplen con mis expectativas y me hacen sonreír cuando los contemplo. Son pura magia.
- ¿Vemos nuestra peli favorita, Ana?
- Claro, cariño, búscala y dale al play mientras voy a por patatas y un vinito.  Nos quedan dos horas de sofá y mantita.
- Te quiero, nena.

- Idem.


Autora: Aída del Pozo.

Visitar su twitter y página web