martes, 1 de septiembre de 2015

Cantantes zombies


 Amo el “Soul”. Para disfrutar del género compré un tocadiscos en una subasta, un antiguo Westinghouse propiedad de Eric Wilson. Eric fue un cantante de cierta relevancia en los años setenta, pero devorado por las deudas acabó de segundón haciendo coros a la sombra de viejas estrellas como, James Brown, Eva Cassidy, Ray Charles, Ella Fitzgerald, o Curtis Mayfield. Nada más llegar a casa estrené el aparato de Eric Wilson con un vinilo de Nina Simone. A los dos días, las manos putrefactas de Nina llamaron a mi puerta. Le colgaba el ojo izquierdo. Se le veía el cráneo. Le faltaba un brazo. Su piel, verdosa. Conservaba algunos dientes y tenía las tripas fuera. Olía a pepinillos en vinagre caducados. Una zombi. Educada, pero zombi. Había salido de su tumba para venir a verme. No me fiaba. Cogí el atizador de la chimenea y le arranqué el brazo que le quedaba de un golpe. La encerré en el cobertizo de mi granja. Su voz había perdido algo de timbre, pero aún era capaz de llegar a las tres octavas y yo soy un fetichista. ¡Tenía el cadáver de Nina Simone en casa! Emocionado por mi hallazgo puse otro disco, esta vez de Otis Redding. Otis intentó entrar rompiéndome una ventana, pero le estaba esperando con mi escopeta de caza. Le volé las piernas a tiros. Tenía un agujero en el estómago provocado por el accidente de avión en el que murió, por lo que su caja de resonancia estaba algo tocada, aunque lo planté sobre la mesa (no tenía piernas, claro) y se marcó unos dúos impresionantes con Nina. Y así pasaron los días, entre zombi y zombi. Llené mi cobertizo de cantantes muertos que venían a mi casa desde todos los puntos del país cada vez que ponía un vinilo en mi tocadiscos. Conseguí domarlos. Me daban conciertos en el salón. Allí no cabía ya ni un alma. Decidí poner el disco de algún autor vivo, a ver qué pasaba. Cogí uno de Eric Wilson, el antiguo propietario del tocadiscos Westinghouse. Debía vivir cerca, porque nada más sonaron los primeros compases, llamó a la puerta con la mirada perdida. Una de mis zombis, Ella Fitzgerald, pareció reconocerlo. Se echó sobre él y le arrancó un trozo de cuello de un bocado. El resto del grupo se acercó al banquete y tuve que asustarles con un soplete para que se alejaran. Es una pena. Eric ya no canta igual, pero tiene buenos bajos. Lo he encadenado junto al tocadiscos. Durante unos días él será el solista. Las estrellas le harán los coros.


Autor: Manu Espada,

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